Una Aventura Improvisada

Domingo, las horas de la mañana pasaron rápidamente, el reloj como siempre en conteo imparable de los minutos. Después de un baño nos miramos a los ojos, miramos hacia la cocina y nos asalto una sonrisa de esas cómplices, seguido de salgamos a comer y asentamos con cabeza.

Provocaba un buen asado como carnívoros que somos, encendimos nuestro caballo de acero, y emprendimos el camino. Poco a poco le fuimos ganando distancia a la carretera y nos alejábamos más nuestra amada cueva, con el sol a nuestras espaldas, el olor a naturaleza, y una sensación de liberta, un entusiasmo de aventura improvisada nos invadía kilometro a kilómetro.  

Primera parada, La Laguna, al detenernos y observar la belleza del paisaje, la tranquilidad del agua, y la dicha de estar en ese justo momento con la persona mas especial y rara del planeta, que amo y adoro de formas y maneras que no se pueden describir, fue uno de nuestros mejores recuerdos. Comer una super mojarra y quedar saciados a plenitud, es otro nivel de satisfacción culinaria.

Siempre he sabido que no solo los lugares, ni su elegancia, ni humildad, lo que hace especiales los recuerdo son las personas con los que se vivieron esos momentos.  No estábamos solos, había otras personas, familias, parejas, amigos, todos a un lado de la carreta, en un restaurante humilde con mesas de madera un poco endebles, mas lo majestuoso del paisaje eclipsaba la sencillez del sitio. Algunas personas disfrutan de un baño en la laguna, debía estar el agua fría, aunque eso es solo mi impresión. Una vez reposamos el almuerzo, decidimos regresar al camino, y seguir las líneas amarrillas sin un destino definido.

Nos encontramos la lluvia de camino, agua fría, gotas grandes, un poco de brisa helada nos pegaba de vez en cuando en nuestros cuerpos, mas no fue todo el camino, el caer de la lluvia nos acompañó unos kilómetros, dejándonos a merced de un sol resplandeciente, brillante, los colores de los árboles, de los animales, del pasto, de la carretera y del cielo tomaron una intensidad remarcada, como si la vida hubiese sido restaurada.

Cada pueblo que pasábamos tenia una particularidad única, pero todos tenían algo en común, las personas, sus rostros, sus miradas (en otro escrito les explicare el porqué). Nos detuvimos un par de ocasiones más, a descansar nuestros traseros, ¡pues el rodar tiene sus consecuencias…!

Al decidir nuestro destino, y establecer la ruta que nos llevaría a él, el resto del camino fue un contar de risas y comentar de situaciones que evidenciábamos en el camino. Al ver en la lejanía nuestro objetivo la sensación de victoria nos embargo a los dos. ¡¡Un grito de “LLEGAMOS …!!” fue grandioso.

Al descansar una hora y disfrutar lo suave de la brisa, la calidez de pequeños y débiles rayos de sol en nuestros rostros, pese a que el astro rey se ocultaba en la inmensidad del cielo y daba paso a la majestuosa luna llena, con un poco de tristeza y nostalgia, llegaba nuestra hora de partida, hora de regresar a casa y emprender nuevamente nuestra aventura motorizada.

Nos alcanzo la noche en el camino, una luna llena iluminaba parte del sendero que recorríamos metro a metro. Un sentimiento de tristeza nos invadió el corazón, o tal vez fue solo a mí. Estaba disfrutando tanto esta improvisada travesía, que no quería que llegase a su fin, más creo que él tampoco quería que terminase.

Nuestros traseros, piernas y espaldas se cansaron, dolieron, pero al final valió cada segundo vivido a tu lado. Hijo mío, sos el mas grande amor que puedo sentir en mi pecho, sos un gran copiloto y un gran compañero de aventuras. Gracias por es domingo tan genial, gracias por las risas, por conversar, por compartir, por dejarme ser padre y gracias por cada abrazo que me disté en el que sentí tu amor hacia mí.

Tendremos más aventuras, este es solo el comienzo……..!


Para: Sebastián Andrés

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